La teoría de la relatividad de Einstein nació del siguiente
hecho: lo que funciona para pelotas tiradas desde un tren no funciona para la
luz. En principio podría hacerse que la luz se propagara, o bien a favor del
movimiento terrestre, o bien en contra de él. En el primer caso parecería
viajar más rápido que en el segundo (de la misma manera que un avión viaja más
aprisa, en relación con el suelo, cuando lleva viento de cola que cuando lo
lleva de cara). Sin embargo, medidas muy cuidadosas demostraron que la
velocidad de la luz nunca variaba, fuese cual fuese la naturaleza del
movimiento de la fuente que emitía la luz.
Einstein dijo entonces: supongamos que cuando se mide la
velocidad de la luz en el vacío, siempre resulta el mismo valor (unos 299.793
kilómetros por segundo), en cualesquiera circunstancias. ¿Cómo podemos disponer
las leyes del universo para explicar esto? Einstein encontró que para explicar
la constancia de la velocidad de la luz había que aceptar una serie de
fenómenos inesperados.
Halló que los objetos tenían que acortarse en la dirección
del movimiento, tanto más cuanto mayor fuese su velocidad, hasta llegar
finalmente a una longitud nula en el límite de la velocidad de la luz; que la
masa de los objetos en movimiento tenía que aumentar con la velocidad, hasta
hacerse infinita en el límite de la velocidad de la luz; que el paso del tiempo
en un objeto en movimiento era cada vez más lento a medida que aumentaba la
velocidad, hasta llegar a pararse en dicho límite; que la masa era equivalente
a una cierta cantidad de energía y viceversa.
Todo esto lo elaboró en 1905 en la forma de la «teoría especial de la relatividad», que se ocupaba de cuerpos con velocidad constante. En 1915 extrajo consecuencias aún más sutiles para objetos con velocidad variable, incluyendo una descripción del comportamiento de los efectos gravitatorios. Era la «teoría general de la relatividad».
Los cambios predichos por Einstein sólo son notables a grandes velocidades. Tales velocidades han sido observadas entre las partículas subatómicas, viéndose que los cambios predichos por Einstein se daban realmente, y con gran exactitud. Es más, sí la teoría de la relatividad de Einstein fuese incorrecta, los aceleradores de partículas no podrían funcionar, las bombas atómicas no explotarían y habría ciertas observaciones astronómicas imposibles de hacer.
Pero a las velocidades corrientes, los cambios predichos son tan pequeños que pueden ignorarse. En estas circunstancias rige la aritmética elemental de las leyes de Newton; y como estamos acostumbrados al funcionamiento de estas leyes, nos parecen ya de «sentido común», mientras que la ley de Einstein se nos antoja «extraña».
Todo esto lo elaboró en 1905 en la forma de la «teoría especial de la relatividad», que se ocupaba de cuerpos con velocidad constante. En 1915 extrajo consecuencias aún más sutiles para objetos con velocidad variable, incluyendo una descripción del comportamiento de los efectos gravitatorios. Era la «teoría general de la relatividad».
Los cambios predichos por Einstein sólo son notables a grandes velocidades. Tales velocidades han sido observadas entre las partículas subatómicas, viéndose que los cambios predichos por Einstein se daban realmente, y con gran exactitud. Es más, sí la teoría de la relatividad de Einstein fuese incorrecta, los aceleradores de partículas no podrían funcionar, las bombas atómicas no explotarían y habría ciertas observaciones astronómicas imposibles de hacer.
Pero a las velocidades corrientes, los cambios predichos son tan pequeños que pueden ignorarse. En estas circunstancias rige la aritmética elemental de las leyes de Newton; y como estamos acostumbrados al funcionamiento de estas leyes, nos parecen ya de «sentido común», mientras que la ley de Einstein se nos antoja «extraña».
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